Una puntada y otra más.
El hilo rojo va sumando
caricias
como brazas en la tela.
La bordadora crea y recrea,
tiene la certeza
de que el arte de su
tapiz; es la rosa,
tan real que parece
querer
escapar del lienzo y
reinar en el jardín.
La mujer suspira,
mezcla colores e inventa
detalles,
es una virtuosa del hilo
y la aguja,
sus manos son sabias
y con ligereza
dan forma y tonalidad,
van resignando su piel,
sus nervios, su carne,
en cada trabajo; en cada
nueva rosa carmesí.
Logra que ascienda el color en cada pétalo,
le da vuelo, lo curvan
con la sombra
que brota del interior
de cada pétalo
y al llegar al final de
su trabajo,
sus suspiros se elevan
y logran un aroma que penetra la flor y el cuarto.
Quedará la rosa en el
centro del tapiz,
soberana de la belleza.