No tengo memoria de otro cielo,
de otro verde, de otras rosas,
racimos rojo de primavera,
hasta el quejido del viento
que en septiembre asola,
es único para mí.
Es absurdo este amor,
a la tierra de uno, al país que heredé,
como heredan las flores
su perfume y color.
Hay ladridos de perros voraces,
que intentan beberse
hasta la última gota de sangre
de los inocentes.
Y a pesar de eso,
los jacarandás alfombran de lila las veredas,
y un resto de ilusión, vuela con la abeja
a buscar la miel más pura.
Hay un mundo nuevo,
tratando de nacer entre las espinas
y un corazón materno canta a lo lejos
un trino de esperanza.