Los poetas de Buenos
Aires,
no se mueren.
Se les regala la gracia,
de seguir deambulando
por las noches,
buscando un resto de
arrabal
o se sientan en el
cordón de la vereda
y silban bajito un
tango.
Caminan buscando
esquinas con ochavas
donde algún malevo
Borgiano
se despierta en el
silencio del pájaro dormido.
Los poetas que amaron
Buenos Aires
siguen escribiendo
poemas de amor,
y dibujan corazones
rotos
en servilletas de papel,
sobre la mesa de un
noctámbulo bar
que huele a madera y
ginebra.
Y cuando amanece,
entre bocinas y aroma a
café con leche,
se desvanecen, con el
primer rayo de sol.
Será por eso, que en
las mañanas,
por la Av Corrientes o
por Guardia vieja,
se escuchan tangos que
hablan de amores perdidos.
Y los caminantes,
sonríen
y a pesar del apuro, de
la nostalgia,
del invierno, de la
humedad,
la ciudad sigue tan
linda,
tan mujer, tan alegre y
perfumada.
Reeditado.